Eres tierra amasadera,
abanicos de fieles manos han muerto,
han muerto más inquietos que tranquilos.
Te llamaban cuando cayeron
por tus senderos y caminos,
persiguiéndote con sus ojos desnudos
se quedaron secos y desprotegidos.
Mueren con el martillo entre las manos,
golpe a golpe se han abierto el pecho,
han caído,
reventando y esperándote rugiendo.
La tierra del arrullo y del dolor
se pasea por tu descontento,
a golpes de tambores los callas,
esperando hablarles de otros muertos.
Empieza a latir,
saca tus raíces del vientre,
que laten entre tu mirada y sus dientes.
Agárrate a ellos y que no se olviden
de cuantas criaturas cayeron sobre tu espalda,
¡y tú!, tú sin
mendrugo, sin vida y sin nada.
Me duele el crujir de tus inviernos
como una niebla lanzadera de mi espina,
me duele ver cómo te devoran las manos
entre el estiércol de tu garganta de lápida.
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